Hace más de cuarenta años se inició un proceso en este país que debía desembocar en un cambio de régimen político y en un cambio de modelo de estado. No pocas voces apuntaron hacia un modelo republicano capaz de dar y recoger la voz del pueblo en un ejercicio de participación que otorgara pátina de legitimidad democrática a todo lo que estaba por acontecer.
Este anhelo plural se vio truncado al aprobarse una constitución que perpetuaba al heredero del mismísimo dictador como rey y jefe de estado. Juan Carlos se convirtió en una figura por encima de la ley en la ejecución de sus funciones y contra la que han cabido pocas críticas a sus actuaciones o a su legitimidad bajo pena de acusación de «injurias a la corona».
Al calor de las reivindicaciones de restablecimiento de un sistema político derogado por una guerra criminal, nacieron diversos movimientos con la tarea autoimpuesta de recuperar el republicanismo como eje central de la política española y como punto de partida de un desarrollo social interrumpido por cuarenta años de larga sombra dictatorial. No nos equivocamos si situamos el origen del Ateneo Republicano de Zaragoza en medio de esas manifestaciones, coloquios y debates de ciudadanía comprometida y organizaciones políticas y sindicales en el umbral de la legalización. El mismo Ateneo que en 2014 organizó una gran movilización en la capital aragonesa como repulsa de la coronación del sucesor del sucesor de Franco, Felipe VI. El mismo Ateneo que, año tras año, mantiene viva la llama tricolor cada catorce de abril.
Estas últimas décadas nos han querido hacer creer que la monarquía era tan intocable como intachable, pero la realidad nos ha dicho que el grueso de la calle ha perdido ya el miedo inculcado a la crítica y a la disensión. Que las generaciones más veteranas se han unido a las recién llegadas que reclaman, una vez más, ser consultadas sobre si quieren una jefatura de estado heredable o democrática, si quieren un rey por la gracia de dios o una presidencia a la que pedir cuentas y revocar libremente con el concurso de unas simples urnas.
Es precisamente bajo la premisa de que tenemos el derecho a ser críticos con la realidad que se nos impone y con la consciencia de que los nuevos tiempos requieren renovar viejos compromisos el Ateneo Republicano de Zaragoza ha resuelto recuperar su ímpetu y aprovechar su experiencia para darse un nuevo aire y poner de nuevo el debate del republicanismo sobre la mesa.
Es necesario abrir de nuevo el debate porque no podemos tolerar más que decisiones antidemocráticas formen parte del andamiaje del estado de derecho. No podemos permitir que la arbitrariedad de una simple herencia familiar decida la representación del conjunto de la ciudadanía y hurte el derecho a la libre elección de quien queremos que nos represente. No es aceptable que una sociedad moderna y plural sea representada a por una institución medieval, anacrónica y desfasada en la que la ley sálica sigue anteponiendo al varón sobre la mujer por una simple cuestión de discriminación irracional, en la que un estado multicultural y libre tenga como representante al guardián de la fe de una religión en claro retroceso.
El Ateneo cree en una sociedad en la que hombres y mujeres sean iguales ante la ley, en la que no haya discriminación por razón de edad, sexo, orientación sexual, identidad de género o religión. Nos definimos como feministas, demócratas, laicos, sociales, tolerantes y partidarios del pacifismo, fraternidad y solidaridad como forma de relación entre pueblos y personas. Creemos en la pedagogía como forma de expresión, en el debate como herramienta de acuerdos y en el respeto a la diversidad como modelo de convivencia. Basamos nuestras convicciones en un respeto escrupuloso de los Derechos Humanos tal y como se recogen en la declaración de las Naciones Unidas de 1947 y sobre los cuales deben construirse los mimbres de todo código legal. Rechazamos totalitarismos e ideologías excluyentes, racistas, supremacistas o teocráticas. Nos reafirmamos en la cooperación y el aprendizaje como sistema de desarrollo personal y social. Apostamos por una política participativa en la que la ciudadanía tenga voz en todo aquello que le atañe y que su voto no se limite a introducir una papeleta en una urna cada cuatro años. Y defendemos los servicios públicos como una forma de garantizar la efectiva igualdad de trato y de oportunidades entre toda la ciudadanía. Servicios públicos y un tejido empresarial público sólido capaz de sostener las necesidades que ahora generan desigualdades, también una sanidad y una educación universales y públicas que garanticen que nadie se encuentre fuera del sistema o sin las debidas oportunidades de vivir dignamente.
Por estos motivos trabajaremos desde nuestra nueva organización en la difusión de los valores inherentes al propio republicanismo y de aquellos que lo dotan de contenido. Nos comprometemos a la difusión de ideas, generación de debates y en hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que, en poco tiempo, nuestra tarea sea ya innecesaria, para que llegue el momento en el que la norma fundamental no sancione la superioridad de nadie ni sitúe ningún cargo público fuera de la lógica rendición de cuentas.
Para lograr nuestro objetivo de un estado social, democrático, laico e igualitario nos constituimos, nos dotamos de estabilidad, de estructura y abrimos nuestras puertas a quien quiera acompañarnos, a toda mano dispuesta a ayudar y a todas las aportaciones que, pequeñas o grandes, nos acerquen más a hacer de esta sociedad algo un poquito mejor para las generaciones venideras.