¿Por qué no se planteó la República durante la transición?
La desaparición del dictador en 1975 fue el motor de arranque para un cambio histórico. Duró 40 años, vino impuesto por la fuerza, tras violentar y pulverizar el gobierno de la II República elegida libremente por los electores. Este periodo dictatorial de Franco se generó por el Golpe de Estado fracasado, que los militares rebeldes lo convirtieron en una cruenta Guerra Civil no deseada, a través del terror con la complicidad y ayuda de la Italia fascista y la Alemania de Hitler, así como la política de «No Intervención», de las democracias europeas.
El franquismo consiguió la casi total anulación del pensamiento de la clase trabajadora, motor de cualquier movimiento en pro de libertades. Sus llaves maestras fueron el terror, el asesinato, las cárceles y las torturas.
¿Monarquía o República? Adolfo Suárez reconoció en 1995, en una entrevista recientemente emitida por La Sexta Columna, que tuvieron en mente un referéndum sobre esta posibilidad y lo descartaron porque las encuestas daban ganadora a la opción republicana. Pero era una idea fracasada, porque no cabía en el estrecho camino de los que tutelaron la Transición.
¿Por qué? Porque el sistema de la Transición fue el de élites pactando, repartiéndose cargos, instituciones y prebendas. Con el poder en las manos ocultaron sus pasados y se convirtieron en demócratas. Los últimos asesinatos del dictador, (que no los últimos del posfranquismo), los cometió tan solo siete semanas antes de su muerte, frente a la oposición mundial.
Con la muerte del dictador, los beneficiarios de la situación, quedaron desamparados y comprometidos. Enfrente, una creciente pero mínima oposición tuvo que revolverse a las desastrosas condiciones creadas. Difícil pensar en una restauración republicana, con una mayoría de la clase trabajadora mirando más, a la consecución de mejores salarios y al salto de sus hijos a las universidades, como así sucedía.
Dos días después de la muerte de Franco, Juan Carlos fue nombrado rey de España, jurando ante las Cortes cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios del Movimiento Nacional”, pasando por alto la decisión del pueblo. Somos un país que despachó a la realeza un 14 de abril y Franco alumbró otra para el futuro, más útil y manejable, porque no la restauró, sino que la instauró.
Sin fuerzas progresistas activas, Franco lo redujo a: «monarquía o la nada». Pacientemente programó su triunfo. Eligió al hijo y a la vez, ninguneó al padre. Y así seguimos. Nadie ha intentado desde el Parlamento el desarrollar ningún proyecto de democracia de nuevo modelo. Ha interesado más el mantener el bipartidismo consensuado.
La batalla y origen de la Transición la empezaron Juan Carlos I, Torcuato Fernández Miranda y Santiago Carrillo, aceptando este camino la Junta Democrática, (PCE) y Convergencia Democrática, (PSOE), que se unieron, en el pacto como:»PLATAJUNTA».
En esta línea de lucha, aún con distintos intereses, estaban los sindicatos libres recién autorizados, una gran parte del país formada por trabajadores, estudiantes, intelectuales, artistas, una pequeña parte del Ejército y otra de la Iglesia contestataria. Enfrente y con las manos al cinto, vigilaban los que deseaban perseverar el «estatus quo», a cualquier precio.
La Transición fue el punto de arranque para hacer desaparecer el pasado reciente, la memoria viva, la amnesia total, el olvido de los hechos acaecidos en la G.C. y durante la dictadura, con el punto final, de la amnistía de 1977, idéntica para reos y verdugos. Fue otra de las bases con que se confeccionó la Transición, a imagen de una mayoría continuista, donde los franquistas solamente tuvieron que cambiar la chaqueta de siempre, por la de demócratas de toda la vida. A este tratado se sumaron todos aquellos cuyas manos estaban manchadas hasta los codos, unos por crímenes, otros por dilapidación y corrupción y muchos por ambas causas, siguiendo el consenso pactado precisamente, desde la muerte del dictador hasta la reforma de Suárez de 1976, y el nacimiento de la Constitución de 1978.
Sus artífices pasaron de puntillas en artículos espinosos, como la laicidad, olvidando la separación Iglesia-Estado, dejando altamente favorecida a la Iglesia con el Concordato, en funciones desde 1953 y las ambiguas formas de tratar el estado aconfesional de España. Fue la élite política la favorecida, en la cual quedaron totalmente integrados la mayoría de los políticos que obtuvieron mandato durante el franquismo. «Mucho cambio para que nada importante cambiase». Siguieron los mismos, con distintos collares. La política mantenida hasta hoy día, después de 40 años de democracia, es la prueba, tenemos una oposición débil y una izquierda liberal desunida y en minoría.
Hemos sufrido un manejo interesado de la Historia desde la base de que todo aquello que algunos conocemos, lo han convertido en un tesoro que pertenece a la Patria y no interesa que se conozca, porque afectaría a todos, es decir, a los propios ciudadanos que la vivieron, incluyendo a los sediciosos. Lo que importaba era el olvido, que al final, lo hemos heredado.
Yo, suscribo que: la Historia ha de enseñarse desde los Institutos de forma profunda, con coherencia y sin miedos. ¿Por qué nuestros jóvenes la desconocen, a pesar de que está presente en los libros de 4o de ESO y 1o de Bachiller?… Es fácil sacar conclusiones.
Ha sido el seguimiento del …»Todo atado y bien atado». Ahora, nos queda el futuro… que seamos capaces de generar.
Félix Tundidor
28 de octubre de 2017
Leer más